jueves, 29 de junio de 2023

Orwell y Ortega

 El «1984» de Orwell y «La rebelión de las masas» de Ortega

por Antón Donoso


Cuenta y Razón, núm. 17 Mayo-Junio 1984

El principal paralelo que puede trazarse entre el 1984 de Orwell y La rebelión de las masas de Ortega se aprecia en la idea de Orwell de que, «en líneas generales, el mundo es hoy más primitivo que hace cincuenta años» 1 y en la aserción de Ortega de que «el hombre-masa actual es, en efecto, un primitivo que, por los bastidores, se ha deslizado en el viejo escenario de la civilización»2. El examen de este paralelismo supone la con­sideración de dos cuestiones, tratadas por ambos autores, a saber: la estruc­tura de la sociedad como una jerarquía y el papel de las ciencias en la reali­zación de los fines de la sociedad.

La citada afirmación de Orwell aparecía en el libro Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, atribuido a Emmanuel Goldstein en la obra 1984. Se trataba de una observación hecha en el tercer capítulo, cuyo título, «La guerra es la paz», constituía el primero de los tres lemas del dominante Partido de Oceanía, lemas que se exhibían, entre otros lugares, en las pare­des del Ministerio de la Verdad, en cuyo departamento de información tra­bajaba Winston Smith. Goldstein era supuestamente el enemigo del pueblo de Oceanía. Había sido en un principio uno de los dirigentes del Partido, casi al nivel del mismísimo Hermano Grande, pero se convirtió en un rene­gado y en jefe del movimiento contrarrevolucionario conocido como la Her­mandad. El libro que se le atribuía constituía un compendio de todo lo que el partido consideraba herejías y no cesaba de seducir a nuevos incautos que la policía del pensamiento no cesaba de desenmascarar.

1 George Orwell, 1984, Nueva York, New American Library, edición de 1961,pág.156.


De ahora en adelante todas las referencias que se hagan esta 
edición se especificarán

 en el texto. La «1984 Commemorative Edition», del mismo editor, tiene la misma

 paginación y sólo se diferencia en la inclusión de un breve prefacio de Walter

 Cronkite.


2 José Ortega y Gasset, The Revolt of the Masses, Nueva York, W. W. Norton,

 1957 (edición del 25 aniversario), pág. 140. (Para la traducción se ha utilizado la

 edición en caste­llano de Revista de Occidente, Col. El Arquero, 1968. Las citas,

 pues, de esta obra llevarán la referencia de las páginas de esta edición.) De ahora

 en adelante todas las referencias que se hagan a esta edición se especificarán en

 el texto. Para un resumen de esta obra, en el contexto de la totalidad de la filosofía

 orteguiana, véase Victor Ouimette, José Ortega y Gasset, Boston, Twayne Publishers,

 1982, págs. 106-109.



Para un miembro ordinario, o del Partido Exterior, como Winston Smith, era un libro sin título, denominado simplemente «el libro» cuando su mención se hacía inevitable. Smith jamás habría podido hacerse con un ejemplar de no habérselo proporcionado O'Brien, miembro del Partido Interior, hacia quien Smith se sentía atraído por su inteligencia superior y sus pulcros modales (208, 225). Smith tenía la certeza de que también O'Brien detestaba al Partido y pertenecía ya a la Hermandad. Al descubrirse ante O'Brien como «delincuente del pensamiento», se le ordenó que leyera «el libro» como iniciación en el grupo contrarrevolucionario. Antes de ser arrestado, Smith leyó, al parecer, sólo un capítulo entero, el tercero, dedi­cado a «La guerra es la paz», además de una porción del primero, cuyo tí­tulo, «La ignorancia es fuerza», era el tercer lema del Partido. (Presumible­mente, uno de los capítulos no leídos habría llevado el título del segundo lema, es decir: «La libertad es esclavitud».)

En palabras de Orwell, «"el libro" le fascinaba o, más exactamente, le reafirmaba» (165). Le reafirmaba precisamente porque no contenía nada nuevo para Smith. Simplemente ordenaba sus propias ideas dispersas sobre lo que realmente estaba sucediendo —como ocurre al lector, puesto que ya se revelan retazos del tratado de Goldstein, al menos implícitamente, en la primera parte de 1984. Smith tenía la seguridad de que «el libro» era «pro­ducto de un espíritu similar al suyo, pero enormemente más poderoso, más sistemático, menos acosado por el miedo, un espíritu que también creía en la verdad, que creía que la realidad posee su propia estructura con una exis­tencia independiente de sí misma» (165). Más tarde nos enteramos de que «el libro» no lo ha escrito Goldstein, si es que tal persona existía en efecto, sino un comité del Partido Interior, entre cuyos miembros se encontraba ni más ni menos que O'Brien (215). Todo esto descubrió Smith durante las torturas de lavado de cerebro a que fue sometido en el Ministerio del Amor, y que supervisaba el «bondadoso» y «comprensivo» O'Brien (208)3. El tra­tado había sido escrito por el Partido mismo con el fin aparente de articular de modo sistemático lo que sus enemigos sospechaban ya en gran medida, convenciéndoles con ello de su «enfermedad» mental antes de rehabilitarlos y liquidarlos.

El resultado de los esfuerzos del Partido por controlar el futuro, me-

3 Los debates «filosóficos» sobre cuestiones epistemológicas y metafísicas entre Smith y O'Brien durante estas sesiones de tortura carecen de profundidad desde la perspectiva filo­sófica. Recuerdan polémicas de estudiantes universitarios sobre la frase de Berkeley «ser es ser percibido», el dogma de infalibilidad de la Iglesk católica y la teoría orgánica del Estado en el fascismo, todos ellos reunidos en un curso de introducción a la filosofía, la religión y las ciencias políticas. Por ejemplo: «Y yo te digo, Winston, que la realidad no es externa. La realidad existe en el pensamiento humano y en ningún otro sitio. No en el pensamiento indi­vidual, que puede cometer errores y que, en todo caso, perece muy pronto; solamente en el pensamiento del Partido, que es colectivo e inmortal.»


diante el control del pasado, era que no existían medios objetivos para de­terminar lo que realmente ocurría, o para comparar el pasado prerrevolucio-nario con el presente y poder verificar la constante afirmación del Partido de que la vida era entonces mucho mejor en todos los aspectos de lo que había sido anteriormente. Lo cierto es que el Partido había manipulado el pasado hasta tal punto, que era imposible tener seguridad sobre una fecha cualquiera, incluso transcurrido sólo un año. Smith, bastante seguro de que su edad era treinta y nueve años, calculó que se encontraba en el año 1984. En todo caso, el mayor atractivo del libro de Goldstein era su propósito de decir la verdad. Al hacerlo, establecía «la esencial estructura de la socie­dad», negaba la insistencia del Partido en que hubiera auténticas diferencias ideológicas entre Oceanía y las otras dos superpotencias, Eurasia y Estasia, y descubría el carácter de las continuas guerras entre las superpotencias, que no eran sino un medio para consumir los excedentes de producción, de modo que se mantuviera a la población, tanto miembros del Partido como no miembros y proletarios «naturalmente inferiores», en un nivel de subsisten­cia y en condiciones nada propicias a la revuelta (61). Es en este contexto donde se nos dice que «el mundo es hoy un lugar desnudo, hambriento y desmantelado si lo comparamos con el mundo que existía antes de 1914, y más aún si lo comparamos con el futuro imaginario que soñaban las gentes de aquel entonces» (155). La visión que tenían de la sociedad futura las gentes de comienzos del siglo xx era una: que la tecnología científica había hecho increíblemente rica, ociosa, ordenada, eficaz y antiséptica. Dadas las condiciones del momento, dicha visión «parecía natural», pero, sin embargo, no llegó a hacerse realidad. Por ello que, «en líneas generales», el mundo sea hoy «más primitivo que hace cincuentas años» (156).

Hacia 1984, ciertas zonas del mundo, que en 1934 se consideraban atra­sadas, habían progresado, pero, por lo demás, el nivel de vida había descen­dido drásticamente en los sectores más desarrollados del mundo. Ello se debía en parte a que en las regimentadas sociedades de 1984 se había aban­donado el «hábito empírico de pensar», del cual depende el progreso cien­tífico y técnico o, mejor dicho, se habían limitado sus aplicaciones a arte­factos útiles para la guerra y el espionaje policial (156). A pesar de que el nivel alcanzado por la tecnología científica hacía tiempo que había hecho innecesario todo tipo de trabajo fatigoso —y, en consecuencia, también la desigualdad en gran medida—, la tecnología no se utilizaba deliberadamente con este fin. El sostenido aumento del nivel de vida hacia finales del siglo no solamente se había interrumpido, sino que se había invertido el proceso cuando se hizo «patente que un aumento generalizado de la riqueza amena­zaba con la destrucción... de una sociedad jerárquica» (156). La pobreza sistemáticamente impuesta mantenía a la gran masa de la población en un estado de estupor que les impedía pensar por sí mismos y comprender así, antes o después, «que la minoría privilegiada no tenía función alguna» y debía ser eliminada (157). «A la larga —nos dice el libro de Goldstein—, una sociedad jerárquica sólo era posible sobre la base de la indigencia y la ignorancia» (157).

La observación de Ortega en La rebelión de las masas de que «el hombre-masa actual es, en efecto, un primitivo que, por los bastidores, se ha deslizado en el viejo escenario de la civilización» se hace en el contexto de su análisis de un tipo de mentalidad que considera ruinoso para la civiliza­ción (140). La totalidad del libro está dedicada a examinar detalladamente la crisis que Ortega percibía en la Europa de 1929, «la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas cabe padecer... Esta es una crisis llamada "la rebelión de las masas"» (61). Para Ortega —a diferencia de Orwell—, «la sociedad es siempre una unidad dinámica de dos factores: minorías y ma­sas» 4. Las minorías, como las definía Ortega, son individuos o grupos de individuos, especialmente cualificados para dirigir la total unidad social, mientras que la masa es el conjunto de personas no especialmente cualifica­das (64). Ello significa, para Ortega, contrariamente a Orwell, que cual­quier sociedad dada, en la medida en que funciona adecuadamente, es nece­sariamente jerárquica y naturalmente aristocrática. La eterna cuestión es saber precisamente cómo ha de elegirse y cómo retiene el poder la aristo­cracia minoritaria capacitada y rectora5.

La rebelión de las masas consiste en la decisión del ciudadano medio no cualificado de «adelantarse al primer plano social y ocupar los locales... antes adscritos a los pocos [cualificados]» y, aún más, proclamar su medio­cridad como norma (67). En palabras de Ortega, «lo característico del mo­mento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera» (69, en cursiva en el original). Como resultado —y aquí puede percibirse la semejanza con Or­well—, «la masa arrolla todo lo diferente, egregio, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo,


4 Obsérvese que se emplea el plural en ambos casos, pues una persona determinada puede
ser minoría en un aspecto y masa en otro.

5 Ortega insistía en que «la división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es,,
por tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con
la jerarquización en clases superiores o inferiores» (66). «No se entienda, pues, por masas
—subrayaba— sólo ni principalmente 'las masas obreras'. Masa es 'el hombre medio'» (64).
Medio por su incapacidad para dirigir la unidad social de la cual es miembro. Una parte del
problema de entender a Ortega, problema que ha llevado a muchos —entre ellos probable­
mente a Orwell, si es que leyó a Ortega— a concluir que era antiproletario y elitista, es que
utiliza el término «masa» tanto en sentido cuantitativo como cualitativo, y a veces no queda
claro cuál de los dos está empleando. «Masa», cuantitativamente, se refiere a la mayoría, los
que son seguidores. «Masa», cualitativamente, hace referencia a la carencia de talento especí­
fico para el liderazgo de la mayoría. Es de suponer que el miembro de la masa esté lo bas­
tante cualificado para saber que no está especialmente cualificado para dirigir. En otras pala­
bras: conoce su lugar según sus talentos.

Ortega empleó masas y minorías como cantidades, y mediocridad y nobleza como cualida­des, en su análisis social, ya en la crítica de España que tituló España invertebrada, Nueva York, Howard Fertig, 1973, págs. 58-87. Esta serie de ensayos apareció en el periódico El Sol entre diciembre de 1920 y mayo de 1921, cuando fueron recogidos en un libro. Para las fuentes alemanas de Ortega, véase Nelson R. Orriger, Ortega y sus fuentes germánicas, Madrid, Cre­dos, 1979, cap. 8: «Nobles y masas: Verweyen en Ortega», págs. 265-291.



corre el riesgo de ser eliminado» (69). Sin duda que al hablar de «todo el mundo» se refiere a las autoridades públicas, al Partido del poder, para, emplear palabras de Orwell. Las autoridades públicas son «dueñas del Po­der público en forma tan incontrastable y superlativa», que han aniquilado toda oposición, como puede observarse hoy, escribía Ortega en 1929, en los países mediterráneos, «donde el triunfo de las masas ha avanzado más...»,, aunque también hace referencia a Estados Unidos, denominándolo, «en cierto modo», el paraíso de las masas, el lugar donde se dice que «ser dife­rente es indecente» (103, 178, 69). Ortega pensaba en el triunfo de Musso-lini en Italia y de Primo de Rivera en España, en la amenaza de Hitler en Alemania y en la figura de Stalin, que consolidaba su poder en la URSS6. Pensaba también en la intervención directa de las masas, como en el caso» de la «ley» de Lynch en Norteamérica (178).

A lo largo de los siglos, decía Ortega, los europeos se han educado en la. creencia en el progreso, y han visto mejorar sostenidamente su condición económica como prueba de esta creencia, de modo que «... el nivel medio* se halla hoy donde antes sólo tocaban las aristocracias» (76). Este aspecto,, recordaba Ortega a sus lectores, era el lado favorable de la rebelión de las masas. Lo que en modo alguno es favorable es el predominio en la sociedad de la mentalidad mediocre del hombre-masa, un dominio asistido y encu­bierto por las «minorías directoras», que desertan de su obligación de sumi­nistrar a la sociedad las metas que mantienen su rumbo (99). Pues el hom­bre-masa carece de otros fines que no sean los dictados por su propio egoís mo, no tiene autoexigencias, simplemente va a la deriva o flota con la marea: como una boya (103, 66).

Puesto que estamos en la era de la tecnología científica, el hombre de: mentalidad mediocre aspira a ser técnico. Como tal, no tiene el menor inte­rés en la ciencia, excepto en la medida en que produce objetos para su co­modidad, tales como «los anestésicos, los automóviles y algunas cosas más» (138). No posee la disciplina y la sagacidad intelectuales para buscar la ver­dad, para comprender los principios científicos. Es un «ignorante instruido», una persona formada en el estrecho campo de su especialidad, pero falto de equilibrio o ignorante debido a su carencia de interés y conocimiento de los-principios de la civilización. Así son los típicos graduados de nuestras actua­les universidades. Como resultado, «lo civilizado es el mundo, pero su habi­tante no lo es...» (139). Esta clase de persona cree que los productos de la. técnica han surgido espontáneamente de la naturaleza, sin mediación de to-


6 Véase Shlomo Ben-Ami, Fascism from Above: The Dictatorship of Primo de Rivera, Nueva York, Oxford University, 1983. Según un crítico de Ortega, sus «valores sociales y de­clase, con sus implicaciones políticas, encierran un potencial tanto esclarecedor como condu­cente a la acción protofascista» (Paul Ilie, «Autophagous Spain and the European Other», en Hispania, 67 [marzo 1984], pág. 30). La obra de Ortega ha sido absorbida tanto por la dere­cha como por la izquierda españolas, pero no sin severas críticas. Un ejemplo es la admiración-crítica de José Antonio Primo de Rivera —fundador de la Falange e hijo del dictador general' Primo de Rivera—, que de joven había sido estudiante suyo.


dos los siglos de libertad indagadora y disciplina mental que crearon las teorías científicas en las que la técnica se fundamenta. En este sentido, el hombre-masa es un Naturmensch, un primitivo que «no atiende a razo­nes...» (140, 142). Exige un papel en el drama histórico que se desarrolla en el viejo escenario de la civilización, sin haberse preparado adecuadamente para ello con anterioridad (105). De aquí la frase de Ortega: «El hombre-masa actual es, en efecto, un primitivo que, por los bastidores, se ha desli­zado en el viejo escenario de la civilización» (140).

Dichas personas sufren, ante todo, de una increíble ignorancia de la historia (150). Como consecuencia, caen en «la simplicidad de entablar un pugilato con tal o cual porción del pasado» (153). Así, pues, los movimien­tos políticos que hoy se ofrecen al hombre europeo —escribía Ortega en 1929— como «nuevos» son todo menos eso. Son anacrónicos en su forma de resolver situaciones de disensión social. En lugar de digerir lo mejor del pasado, por ejemplo ciertos elementos del liberalismo decimonónico, y avan­zar un paso más, actúan como si el liberalismo hubiera existido. Emplean la fuerza y la violencia no como último recurso, después de haber intentado el diálogo —forma suprema de comunicación, en que son las razones las que sostienen los argumentos—, sino como primer paso (132). El resultado es que las mentalidades mediocres que dirigen el Estado creen que son el Es­tado y tienden, cada vez con mayor frecuencia, a poner en marcha su ma­quinaria, especialmente las fuerzas policiales —necesarias para proteger al Estado de sus enemigos—, con el menor pretexto, para aplastar bajo su peso a cualquier minoría creativa que les perturbe, que disienta.

Esto ocurre en todas las esferas: en la política, en las ideas, en la in­dustria. Dicha tendencia, advertía Ortega, era fatal. La acción espontánea en la sociedad sería una y otra vez atajada por la intervención del Estado. Por eso que el Estado sea el mayor peligro de nuestra época, escribía Orte­ga en 1929 (177-187). No se permitirá que eche raíces ninguna idea nueva o avanzada; la sociedad, que creó el Estado para vivir mejor y más segura, empezará a ser esclava, a no poder vivir excepto al servicio del Estado. La vida toda se burocratizará, y todo ello desembocará en una disminución o decadencia de todas las esferas sociales, incluida la riqueza. Entonces el Es­tado, para atender a sus necesidades, impone una aún más pesada burocracia al ciudadano. En palabras de Julián Marías, el más conocido discípulo e intérprete de Ortega:

«Como todas las cosas mecánicas, la burocracia es insaciable e im­placable. Cada vez pide más datos, cada vez quiere saber más cosas, y que éstas queden copiadas más veces, registradas en más lugares, puestas en conexión con más datos. Cuando creemos que hay una zona de nuestra vida que puede permanecer oculta o al menos olvidarse —simplemente porque no tiene interés—, resulta que a la burocracia también le interesa... [Como] intento de usurpar el punto de vista y

las prerrogativas de Dios... la Burocracia con mayúscula, la que hoy domina el mundo, es una manifestación de satanismo»7.

Esta progresiva burocratización desemboca en la militarización de la sociedad, para hacer que sus dictados se cumplan. El Estado como creación de una fuerza policial que garantice la seguridad de sus ciudadanos, se con­vierte en el mayor peligro para ellos. Los dirigentes del Estado actúan como bárbaros, porque, ¿qué es un bárbaro sino una persona que no cuenta con lo demás —con otras personas y con la realidad objetiva—, y qué es la bar­barie sino la negación de la civilización como «voluntad de convivencia» mediante normas objetivas y leyes? (129, 133). Recordemos que en Oceanía no existían leyes que prohibieran precisamente aquellos actos por los que la Policía del Pensamiento liquidaba al ciudadano.

El cuadro que Ortega trazaba en 1929 de lo que es el mundo cuando domina el hombre-masa es sorprendentemente similar al que describía Or-well en 1984. Por la experiencia que Ortega tenía de vivir bajo la dictadura de Primo de Rivera sabía lo bastante para advertir que «si este tipo huma­no sigue dueño de Europa... bastarán treinta años para que nuestro conti­nente retroceda a la barbarie. Las técnicas jurídicas y materiales se volati­zarán... La vida toda se contraerá. La actual abundancia... se convertirá en efectiva mengua» (106-107). Treinta años después de haberse escrito estas palabras nos encontrábamos en 1954, veinticinco años antes de la fe­cha en que Orwell situaba su 1984. Entre tanto, la Segunda Guerra Mun­dial, cuyo prólogo fue la guerra civil española, había destruido los regímenes totalitarios del Eje, pero había fortalecido a Stalin. Las experiencias de Or­well, incluyendo la que tuvo con los comunistas españoles, le convencieron de que la mentalidad totalitaria, si no se le ponía freno, aparecería incluso en Gran Bretaña. Un período de treinta y seis años es el tiempo que Orwell concedía a Europa antes de que se hundiera en aquella nueva barbarie. Una discrepancia de seis años es insignificante, pues la cifra de treinta años que ofrecía Ortega estaba determinada por ser múltiplo de quince, el transcurso de una generación, que, en su opinión, es la unidad de desarrollo y análisis históricos 8.

Ambos escritores, a su vez periodistas, intentaron extraer las consecuen-


7 Julián Marías, «Bureaucracy as a Form of Satanism», en America in the Fifiies and
Sixties, University Park, Pennsyívania State University, 1972, págs. 216, 217. Este libro es
una traducción al inglés de Blanche de Puy y Harold C. Raley de las dos series de reflexiones
escritas por Marías durante sus estancias en Estados Unidos como profesor y conferenciante.
Se publicaron en periódicos españoles antes de ser reunidos en dos libros: Los Estados Unidos
en escorzo (1956) y Análisis de los Estados Unidos (1968). Véase Antón Donoso, Julián
Marías, Boston, Twayne Publishers, 1982, pág. 136. Este ensayo sobre la burocracia inspiró
el artículo de Russell Kirk «Ultímate Bureaucracy: Is Satán in the Computer?», en Detroit
New, 30 octubre 1972.

8 Véanse José Ortega y Gasset, Man and Crisis, Nueva York, W. W. Norton, 1962, capí­
tulos 3, 4 y 5, y Julián Marías, Generations: A Historicd Method, University, University of
Alabama, 1967, cap. 5.




cias lógicas de lo que cada uno percibía en las ideas y prácticas que conside­raban peligrosas para la civilización. Ambos pusieron sobre aviso a sus con­ciudadanos 9. Ambos fueron agudos ensayistas políticos y poco profetas. Di­fícilmente podrían desconocer su mutua existencia, pero no existe evidencia alguna de que el joven Orwell hubiera leído y recibido la influencia de La rebelión de las masas de Ortega10. Es posible que Orwell leyera la crítica de la edición original en castellano en The Times Literary Supplementu. Tal vez también leyera el breve ensayo de George Pendle titulado «Introduc­ción a Ortega», aparecido en The Adelphi, una revista mensual londinense en la que también colaboraba Orwell, por entonces con su nombre de pila, Eric Blair 12. Si leyó a Pendle, vería que Ortega era calificado de «filósofo de la revolución». Ello pudo impulsarle a leer la reciente traducción inglesa de La rebelión de las masas; pero si lo hizo, pudo haber descartado a Ortega como uno más de los intelectuales con sólo un escaso conocimiento de cómo vivía la mayoría de las personas. En todo caso, el paralelo entre ambos es­critores es lo bastante sugerente para que Robert A. Lee, en su estudio titulado Orwell's Fiction (La literatura de ficción de Orwell), observara: «Al leer a Orwell se entiende el sentido de la denuncia de Ortega del libe­ralismo del siglo xx. Pues en las obras de Orwell se reitera la convicción de que el liberalismo moderno no comprendió el "carácter feroz del Estado" y no supo ver la tiranía que todo Estado entraña para el individuo» B.

En la medida en que pueda trazarse un paralelo entre 1984 de Orwell y La rebelión de las masas de Ortega habremos de tener presente, para em­plear las palabras utilizadas por Ortega al establecer su propia relación con el filósofo alemán Wilhelm Dilthey, que «el paralelismo excluye precisa­mente la coincidencia y significa sólo estricta correspondencia. Las paralelas



9 Para Orwell, véase la cita que de él se hace en el libro de William Steinhoff George
Orwell and the Origins of 1984, Ann Arbor, University of Michigan, 1975, pág. 3. Para
Ortega, véase The Revolt of the Mas se s, págs. 54, 190.

10 La traducción inglesa apareció por primera vez en Inglaterra en 1932, sólo dos años
después de la primera edición española de 1930, donde se reunían los ensayos aparecidos en
el prestigioso periódico de Madrid El Sol.

11 Anónimo, «The European Mass-Man», en Times Literary Supplement (27 agosto 1931),
pág. 639. Pankhurst hizo la crítica de la edición inglesa en New Statesman and Nation (1932).

12 George Pendle, «Introduction to Ortega», en Living Age, 334 (1932-1933), pág. 525.
Se trata de una reimpresión de The Adelphi, cuya fecha exacta de publicación no he podido
descubrir. En el círculo de The Adelphi, Orwell conoció algunos socialistas de clase media, con
cuyas aspiraciones y comportamiento pudo haber comparado sus propias experiencias de pri­
mera mano entre los menos favorecidos: lan Hamilton, «Along the Road to Wigam Pier», en
Miriam Gross (ed.), The World of George Orwell, Nueva York, Simón and Schuster, 1971,
pág. 54. Para la relación de Orwell con The Adelphi, véanse Steinhoff, op. di., pág. 134;
Christopher Small, «George Orwell, the State and God», en The Road to Miniluv, Pittsburgh,
University of Pittsburgh, 1976, pág. 136, y John Atkins, George Orwell, Nueva York, Frede-
rick Ungar, 1954, pág. 48.

13 Robert A. Lee, Orwell's Fiction, Notre Dame, University of Notre Dame, 1969, pág. 161.
Como señala Small, «Orwell reconocía la influencia de dos libros en la confección de 1984:
la predicción de Jack London de una dictadura antiproletaria o fascista en The Iron Heel, y
la obra de [Yevgeny] Zamyatin Nosotros» (op. cit., pág. 174).



no pueden tocarse en ningún punto porque vienen de un origen indepen­diente..., son la misma línea y, a la vez, la más diferente. Sólo dos pensa­mientos paralelos pueden estar seguros de no coincidir materialmente nunca, porque les separa lo más fundamental: un punto de arranque distinto y distante» 14.

A. D.*



14 José Ortega y Gasset, «A Chapter from the History of Ideas — Wilhelm Dilthey and the Idea of Life», en Concord and Liberty, Nueva York, W. W. Norton, 1963, pág. 141.

* Profesor de Filosofía, University of Detroit.

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