lunes, 2 de diciembre de 2013

Como el sol, luminoso y cálido

El 12 de octubre del año 2000, Julián Marías publicó un artículo con el título del encabezamiento. En él describe la influencia  de Ortega en el pensamiento español y consiguientemente en la creación de una escuela que llega hasta hoy mismo. Es la mejor explicación del sentido último de estas bitácoras, íntimamente unidas en el propósito de dar a conocer una de las cumbres de nuestro tiempo, referencia obligada para todos los que quieran pensar sobre cualquier realidad y no estar condenados a vivir por debajo de sí mismos. 


                                         

                       Como el sol, luminoso y cálido

Ortega murió el 18 de octubre de 1955. Unos días después, alguien me preguntó: ¿Cómo era Ortega? Me quedé un momento pensando y dije: Como el Sol, luminoso y cálido. Esta brevísima descripción me sigue pareciendo justa, al cabo de cuarenta y cinco años. Se refería a su presencia, a su figura, a la impresión que daba su convivencia. Todo eso ha permanecido en mí: tengo la impresión de haber estado con él ayer por la tarde, y no puedo leer una página suya sin oír su voz.



Esto se debe en parte a no haberlo abandonado nunca. No había escrito demasiado sobre Ortega mientras vivió: la mayor parte de los ensayos agrupados luego en Acerca de Ortega y Ortega y tres antípodas (1950). Luego vinieron Ortega. Circunstancia y vocación, Ortega. Las trayectorias, y el larguísimo comentario a Meditaciones del Quijote.
La permanencia capital de Ortega ha sido la de su obra, la de su pensamiento, especialmente filosófico, que impregnaba y vivificaba el conjunto. Su filosofía era una doctrina coherente y personalísima, un método nuevo y una serie de descubrimientos adquiridos para el que quiera nutrirse de ellos. Después de su muerte ha empezado a ser frecuente llamar filósofos a los que no representan ninguna doctrina propia -ni repensada, revivida, apropiada, a los que no se pueden atribuir hallazgos personales.
Ortega fue autor de una filosofía irreductible a todo el pasado, aunque, por supuesto, nutrida de todo él, con un método de radical novedad y una larga serie de visiones que están al alcance de quien tenga el mínimo de lucidez y generosidad para percibirlas y tomar posesión de ellas.
Poco después de la muerte de Ortega sobrevino a Europa entera una grave crisis, que he estudiado bastante a fondo en Razón de la filosofía, de la que todavía no se ha salido, y que ha sido menos profunda en España, probablemente por la parcial permanencia del pensamiento orteguiano. Esta filosofía, en medio de grandes dificultades, ha seguido viviendo. Anuncié mi propósito de "completar a Ortega consigo mismo y darle sus propias posibilidades". Casi todo lo que se ha hecho con alguna significación filosófica en nuestro país -y en nuestra lengua, y en alguna medida en otras- ha tenido su origen en Ortega. Ferrater Mora, Rodríguez Huéscar, Paulino Garagorri, Lledó, Pinillos, Carpintero, Harold Raley, Gilberto de Mello Kujawski y otros más jóvenes son deudores, en una u otra proporción, al estímulo y a la enseñanza de Ortega.
Pero a esto hay que añadir algo infrecuente en otros lugares y de extremada importancia: la fecundación que el pensamiento orteguiano ha ejercido sobre disciplinas no estrictamente filosóficas, que en España muestran la huella de esa filosofía, lo que les ha dado un carácter que no se encuentra en otros lugares. La historia, la literaria, la del arte, la lingüística, la sociología, la psicología y la psiquiatría, el estudio de las formas políticas, hasta la teología, son lo que han sido y siguen siendo gracias al influjo de Ortega. Pedro Laín Entralgo, Enrique Lafuente Ferrari (recuérdese su libro Ortega y las artes visuales), Emilio García Gómez, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, Rafael Lapesa, Fernando Chueca, Luis Recasens Siches, José Germain, José Antonio Maravall, Luis Díez del Corral, Máximo Etchecopar, Jaime Perriaux, Jaime Benítez, José Gaos en México; los historiadores no son inteligibles sin las doctrinas de la razón histórica y el método de las generaciones: la obra de Carlos Seco Serrano, Jover Zamora, Gonzalo Anes, Morales Padrón y tantos otros.
La cultura española de tres cuartas partes del siglo XX es incomprensible sin Ortega, y la fracción de ella en que no se percibe su huella descubre casi siempre un rechazo a priori, por motivos ideológicos o políticos.
El evidente oscurecimiento de la figura de Ortega en los últimos decenios ha significado una pérdida difícil de superar. Las causas son múltiples y se entrelazan de un modo extraño. La primera, la deformación de las estimaciones provocada por la guerra civil española, con repercusiones fuera de nuestro país. El parcial desvío de Ortega, dentro de España y en los medios del exilio, se debió a dos formas de fanatismo que no comprendieron la independencia de Ortega, su falta de adhesión a ninguno de los beligerantes. El cambio de actitud en la Argentina durante la última estancia de Ortega en ese país tuvo ese clarísimo origen.
Después, y hasta hoy, diversos equipos se han ido turnando en las deformaciones, que han alcanzado a los más próximos titulares de su entorno, dispuestos a atribuirle afinidades que le fueron enteramente ajenas.
Más importante que todo esto ha sido el declive de la filosofía en toda Europa, por no decir en la totalidad del mundo occidental. El lugar en que la filosofía se había cultivado con más asiduidad y esplendor, y donde Ortega había sido más leído y estimado, Alemania, ha experimentado un extrañísimo desinterés por esa disciplina; la figura más interesante es el admirable Gadamer, que ha cumplido los cien años, que en 1961 me presentó en la Universidad de Heidelberg, por cierto en una conferencia sobre "Die Philosophie des jungen Ortega", en la que mostré el origen de la interpretación de la verdad como alétheia, que difundió Heidegger en 1927, pero que Ortega había expuesto en 1914; y ese origen era el pensador alemán Teichmüller, lo que era desconocido en su país.
Creo que la sombra de Ortega, a pesar de los esfuerzos de los dos últimos decenios por conseguir que se desvanezca, ha librado a España de la decadencia total de la filosofía y el abandono de ella. El día que se hagan cuentas lúcidas y veraces acerca del último medio siglo se descubrirá que el destino del pensamiento filosófico en lengua española ha sido menos adverso que en otras. Pero no confío en que esto acontezca pronto, porque la sensibilidad para lo que de verdad es filosofía está en uno de los momentos más bajos de la historia reciente, y es improbable que esas cuentas se puedan hacer. En algunos lugares, en los Estados Unidos y en el Brasil, se han iniciado ya, pero tengo la impresión de que han tenido escasa resonancia.
Será menester esperar a que la filosofía renazca en el seno de las sociedades occidentales, y entonces se volverá a crear en ellas. Pienso que esto empieza a ser urgente, y sería uno de los pasos decisivos para que se recobre la salud intelectual y la de la vida histórica sin más. Entonces, esas cuentas españolas de que hablo habrán dejado de ser importantes, y la luminosidad de Ortega será evidente. Su calor habrá sido el privilegio de los que hemos vivido cerca de él durante muchos años.

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